lunes, 17 de noviembre de 2008
LAS MIL Y UNA NOCHES
"En cuanto oyó estas palabras de su padre, la princesa Almendra voló en alas de
la alegría hacia el bienaventurado Jazmín, y cogiéndole de la mano, le condujo al
palacio. Y dijo al rey: "Aquí tienes ¡oh padre mío! a este pastor excelente. Su báculo
es sólido y su corazón firme". Y el rey Akbar, que estaba dotado de sagacidad,
fácilmente advirtió que el joven que le presentaba su hija Almendra no era de la
especie de los que guardan rebaños. Y en lo profundo de su alma quedó lleno de
perplejidad. Sin embargo, para no apenar a su hija Almendra, no quiso ponerse
pesado ni insistir sobre esos detalles, que tenían su importancia. Y la amable
Almendra, que adivinaba lo que pasaba por el espíritu de su padre, le dijo con voz
pronta ya a conmoverse y juntando las manos: "Lo externo ¡oh padre mío! no
siempre es indicio de lo interno. Y te aseguro que este joven es un pastor de leones".
Y de buen o mal grado, el padre de Almendra, por contentar a aquella amable y
encantadora criatura, puso en sus propios ojos el dedo del consentimiento, y a media
noche nombró al príncipe Jazmín pastor de sus rebaños...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se
calló discretamente, como de costumbre.
Y su hermana, la tierna Doniazada, que se había convertido en una adolescente
deseable en todos sentidos, y que, de día en día y de noche en noche, se volvía más
encantadora y más bella y más desarrollada y más comprensiva y más silenciosa y
más atenta, se incorporó a medias en la alfombra en que estaba acurrucada, y le dijo:
"¡Oh Schehrazada, hermana mía! ¡cuán dulces y sabrosas y regocijantes y deliciosas
son tus palabras!"
Y Schehrazada le sonrió y la besó, y le dijo: "Sí, querida mía; pero ¿qué es eso
comparado con lo que sigue y que voy a contar la próxima noche, si es que no está
cansado de oírme nuestro señor, este rey bien educado y dotado de buenos
modales?".
Y el sultán Schahriar exclamó: "¡Oh Schehrazada! ¿qué estás diciendo? ¿cansado
yo de oírte? ¡Si tú instruyes mi espíritu y calmas mi corazón! Puedes, pues,
indudablemente, decirnos mañana la continuación de esa historia deliciosa, e incluso
puedes, si no estás fatigada, proseguirla esta misma noche. ¡Porque, en verdad, que
deseo saber lo que les va a ocurrir al príncipe Jazmín y a la princesa Almendra!"
Y Schehrazada, con su habitual discreción, no quiso abusar del permiso, y
sonrió y dió las gracias, sin decir nada más aquella noche.
Y el rey Schahriar la estrechó contra su corazón, y se durmió a su lado hasta el
día siguiente. Entonces se levantó y salió a presidir su sesión de justicia. Y vió llegar
a su visir, padre de Schehrazada, llevando al brazo, como tenía por costumbre, el
sudario destinado a su hija, a quien cada mañana esperaba ver condenada a muerte,
en vista del juramento del rey concerniente a las mujeres. Pero Schahriar, sin decirle
nada a este respecto, presidió el diwán de la justicia. Y entraron los oficiales y los
dignatarios y los querellantes. Y juzgó, y nombró para empleos, y destituyó, y ultimó
los asuntos pendientes, y dió órdenes, hasta el fin de la jornada. Y el visir, padre de
Schehrazada y de Doniazada, cada vez se acercaba más al límite de la perplejidad y
del asombro.
En cuanto al rey Schahriar, cuando levantó la sesión y terminó el diwán, se
apresuró a volver a sus habitaciones, junto a Schehrazada.
PERO CUANDO LLEGO LA 1001* NOCHE
Y cuando el rey Schahriar acabó su cosa acostumbrada con Schehrazada, la joven
Doniazada dijo a su hermana: "Por Alah sobre ti, ¡oh hermana mía! si no tienes
sueño, apresúrate a contarnos la continuación de la tierna historia del príncipe
Jazmín y de la princesa Almendra". Y Schehrazada acarició los cabellos de su
hermana, y dijo: "¡De todo corazón amistoso, y como homenaje debio a este rey
magnánimo, señor nuestro".
Y prosiguió la historia en estos términos:
... y a media noche nombró al príncipe Jazmín pastor de sus rebaños.
Y, desde entonces, el príncipe Jazmín ejerció exteriormente el oficio de pastor e
interiormente se ocupaba de amor. Y por el día llevaba a pastar a los bueyes y a las
ovejas hasta una distancia de tres o cuatro parasangas; y al oscurecer los llamaba con
los sones de su flauta y los volvía a los establos del rey. Y por la noche habitaba el
jardín en compañía de su bienamada Almendra, rosa de la excelencia. Y esta era su
ocupación constante.
Pero ¿quién puede afirmar que la dicha más oculta permanecerá siempre al
abrigo de las miradas envidiosas de los censores?
En efecto, la atenta Almendra tenía costumbre de hacer llegar a manos de su
amigo, en el bosque, la bebida y la comida necesarias. Y un día, aquella imprudente
del amor fue, a escondidas, a llevarle por sí misma una bandeja de golosinas tan
deliciosas como sus labios de azúcar, frutas, nueces y alfónsigos, todo
cuidadosamente colocado en hojas de plata. Y le dijo, ofreciéndole aquellas cosas:
"¡Que sea para ti dulce y de fácil digestión este alimento que conviene a tu boca
delicada! ¡Oh papagayo de lenguaje dulce y que no debiera comer más que azúcar!".
Dijo, y desapareció como el alcanfor.
Y cuando aquella almendra sin corteza desapareció como el alcanfor, el pastor
Jazmín se dispuso a probar aquellas golosinas preparadas por los dedos de la hija
del rey. Entonces vió acercarse a él al propio tío de su bienamada, un anciano hostil
y malintencionado, que se pasaba los días abominando de todo el mundo e
impidiendo a los músicos tocar y a los cantores cantar. Y cuando llegó junto al joven,
le miró con los ojos torvos de la desconfianza, y le preguntó qué tenía allí, delante de
sí, en la bandeja del rey. Y Jazmín, que no era desconfiado, creyó que el anciano tenía
gana de comer. Y abrió su corazón, generoso como la rosa de otoño, y le regaló toda
la bandeja de golosinas.
Y el calamitoso anciano se retiró al punto para ir a enseñar aquellas golosinas y
aquella bandeja al padre de Almendra, el rey Akbar, que era su propio hermano. Y
de tal suerte le dió la prueba de las relaciones entre Almendra y Jazmín.
Y el rey Akbar, al enterarse de aquello, llegó al límite de la cólera, y llamando a
su hija..."
DE "LAS MIL Y UNA NOCHES" TOMO VI
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